En un grandioso bosque de algún lugar del mundo, había una vez una ardilla pequeña cuya mamá se había marchado a los cielos porque Dios la necesitaba allí para ayudar a otras ardillas que estaban enfermas.
Dios sabía que esta ardilla, que se llamaba “Ardi-alegre” tenía herramientas, fuerza y la sabiduría necesaria para vivir por sí misma en la tierra, por eso, supo ponerle en el lugar exacto. Tenía todo lo que necesitaba para vivir de manera abundante.
“Ardi-alegre”, era pequeñita, apenas un bebé y rezumaba alegría y espontaneidad. Daba gusto estar a su lado por la chispa que desprendía, pero un día se dio cuenta de que estaba sola, muy sola, y necesitaba amor y cariño. Echaba de menos una compañía y alguien con quien compartir su alegría, sus juegos y su amor.
Un día, pasaba una manada de lobos por el lugar donde estaba “Ardi-alegre” y ella, en su afán de obtener amor, y afecto, se unió a esos animales.
Hizo todo cuanto pudo para adaptarse a la manada y siguiéndoles en su camino, comenzó a caminar a cuatro patas como los perros, aprendió a aullar como los lobos, incluso aprendió a enseñar los dientes para defenderse… parecía un lobito en toda su forma de presentarse ante los demás.
Por un lado, “Ardi-alegre” estaba contenta porque estaba en un grupo y parecía que obtenía el apoyo y el afecto de la manada. Su alegría y su chispa de corazón hacía que despertara la compasión y la simpatía de todo aquel que le conocía. Aun así, en su interior, echaba de menos poder saltar por los árboles, comer nueces recién caídas del nogal y tumbarse sobre la fresca hierba del bosque.
Pasaban los días y “Ardi-alegre” estaba cada día más adaptada a la manada de lobos, aunque su corazón anhelaba los saltos en los árboles y las nueces sobre la fresca hierba.
Un día, mientras la manada caminaba por otro bosque frondoso, la manada de lobos sufrió un ataque de un majestuoso león. “Ardi-alegre” tuvo miedo, mucho miedo porque no sabía cómo defenderse de aquella grandiosidad. Se escondió tras la manada de lobos mientras todos ellos luchaban para defenderse. Al final, el conflicto entre el león, que se había sentido invadido en su terreno por la manada de lobos y éstos, se resolvió de manera positiva para ambos.
“Ardi-alegre” todavía sofocada por el miedo que había pasado en la situación, comenzó a darse cuenta que ella no había venido a este mundo para luchar y pelear con animales grandes. Por primera vez añoró su etapa de infancia, donde saltaba por los árboles y se dio cuenta que tal vez estar con la manada de lobos no era lo que ella quería.
Un día, “Ardi-alegre” despertó temprano y se dispuso a pasear por el bosque ella sola para ver cómo se encontraba en ese lugar.
Caminando por allí, pudo sentir la conexión entre la grandiosidad de la naturaleza, la belleza de los árboles y la frescura de la hierba. Se atrevió a recordar cómo se trepaba a los árboles, pues después de tanto tiempo caminar como los perros, casi había olvidado cómo se trepaba por los árboles. Y así lo hizo. Subió y subió a un árbol, a otro, bajó, volvió a subir, encontró nueces y castañas y otros frutos regalo de la naturaleza. Disfrutó de estos frutos, de su agradable aroma y sabor.
Allí desplegó toda su simpatía, alegría y humor. Su chispa volvió a resurgir y sus ojos se volvieron a iluminar.
En esa ola de amor, apareció otra ardilla atraída por esa alegría que desprendía.
“Hola”, dijo la ardilla. “Me alegra verte por aquí disfrutar de esta manera, ¿cómo es que no estás con la manada que normalmente te dirige?“ «Ardi-alegre» se quedó muy confundida porque no sabía que era conocida en el bosque por el hecho de ir con la manada de lobos.
“¿Acaso me conoces?” Le dijo «Ardi-alegre» a la ardilla. “Te conoce todo el bosque” le dijo la ardilla. “Nos sorprendemos todos por tu habilidad para adaptarte a otros animales, incluso has aprendido a caminar como ellos, a aullar como ellos y ¡hasta corres como ellos! Es admirable”. «Ardi-alegre» se quedó confusa, pero a la vez se sintió orgullosa de ser admirada y querida por los animales del bosque.
“Aún así, aún nos preguntamos en el bosque si realmente eres feliz tratando de ser otro animal diferente a como eres” le dijo la ardilla. “¿En serio os preguntáis eso?” respondió «Ardi-alegre»
“Sí, nos lo preguntamos cada día, porque nos damos cuenta que la manada de lobos mientras caminan transmiten fuerza, audacia, inteligencia, además, por compasión hacia ti, no corren tanto como quisieran y no van hacia muchos lugares como les gustaría.” Le dijo la ardilla.
«Ardi-alegre», confusa por esas palabras, le dijo a la ardilla “Si, a veces he podido ver que les gustaría ir a otros lugares a otro ritmo más veloz, pero por compasión hacia mí, no lo hacen”.
“Así es, querida amiga” “Ahora, respóndeme ¿Eres feliz con la manada de lobos? ¿Te gustaría volver al bosque a trepar por los árboles, comer frutos, saltar por el valle y jugar con los niños que visitan este lugar?”
«Ardi-alegre» le respondió: “sí, estoy bien con los lobos. Me cuidan, no me dejan sola, me acompañan y yo he aprendido mucho con ellos. Sé aullar auuuuuuu, sé correr como ellos y he visitado muchos lugares. Aunque en realidad, añoro mucho este bosque, añoro saltar y trepar, añoro comer frutos del bosque.” «Ardi-alegre» cada vez se sentía más triste cuando veía lo que anhelaba su lugar….
“No puedo dejar la manada” decía Ardi-alegre. “Es mi responsabilidad, ellos me cuidaron y no les puedo dejar. Les debo lealtad y fidelidad, me sentiría fatal si les abandono”.
La ardilla que le escuchaba atentamente, observaba cómo sus ojos se humedecían y se entristecían.
“Está bien”, le decía la ardilla, “Si es lo que tú deseas, sigue adelante, pero déjame que te diga algo; hemos venido a este mundo con unas cualidades y unas habilidades propias para ser quienes somos en esencia. No podemos ser quienes no somos y la vida, nos pone delante todo lo que necesitamos para crecer. Tú has nacido ardilla y como ardilla que eres, tienes grandes cualidades para trepar, saltar, y compartir tu chispa con todos los animales del bosque, eres única, porque tu alegría y tu simpatía te hace ganar afecto y cariño de todo aquel que se te acerca. Sin embargo, tiempos atrás no supiste verlo y la manada de lobos se ofreció a ayudarte. Te dio todo su cariño y amor. Te enseñaron todo cuanto sabían, pero ya ha llegado el momento de que despliegues tu grandiosidad y tu chispa divina con nosotros, con tus amigas las ardillas. Este es tu sitio, ¿no te gustaría volver?”
«Ardi-alegre», con los ojos abiertos, y cada vez más humedecidos, le dijo: “Gracias por todo lo que me dices ardilla, pero no sé como hacerlo. Tengo miedo de que me rechacen, de que me juzguen y que me digan que soy una mala compañera por abandonarles”.
“Es posible que te juzguen, pero piensa que si tú tomas la decisión de volver a tu lugar de origen y de ser quien eres en realidad, ellos tendrán la libertad de estar en los lugares donde desean estar y no han podido acudir por no dejarte sola. Además ellos tendrán más fuerza para enfrentarse a animales cada vez más grandes y poderosos ya que, no tendrán miedo de que te ocurra algo. También podrán descubrir lugares nuevos, rocosos, fríos y con grandes altitudes; lugares donde no pueden acudir porque no quieren dejarte sola. Tendrán lo más preciado en los seres vivos: la libertad”.
«Ardi-alegre» cada vez estaba más convencida de volver a sus orígenes, a su esencia.
“¿Qué dice tu corazón Ardi-alegre?, escucha a tu corazón, él nunca se equivoca. Los demás nos pueden juzgar y etiquetar pero tu vida sólo las vas a vivir tú, y cada uno es responsable de vivir su propia vida”.
Ardi-alegre se marchó a su lugar muy confundida por las palabras que le regaló aquella ardilla “hada”.
Pensativa, convocó a la manada de lobos a una reunión y temblándole la voz, les dirigió el discurso: “Queridos lobos, os he convocado aquí para manifestaros mi deseo de volver a mis orígenes, a mis raíces, y a mi lugar.»
«Durante este tiempo he podido darme cuenta de que mi verdadero lugar está en el bosque, no en la montaña. Mi corazón anhela los árboles, las ramas, el verdor, el olor a lluvia, el sabor de los frutos recién caídos del árbol, el frescor de la hierba, la risa de los niños jugando sobre ella… Os doy las gracias por haberme acompañado durante todos estos años, por haberme enseñado a caminar como vosotros, porque ahora comprenderé cuando corréis, cuando aulláis y cuando enseñáis los dientes. Me habéis enseñado cómo se comporta y cómo vive un lobo para ahora poder enseñar que todos los animales tenemos nuestro lugar y que si vivimos en respeto y armonía, todos podemos vivir bien porque todos y cada uno de nosotros tenemos nuestro sitio y nuestro cometido. Es nuestra responsabilidad hacernos cargo de nuestro propósito y nuestra felicidad. Es necesario respetar quienes somos y nuestra esencia, pues si intentamos ser quienes no somos, estamos destinándonos a la tristeza, y a la desesperación hacia nosotros y hacia los demás. Gracias por haberme acompañado durante todo este tiempo y por haberme hecho fuerte.”
Sorprendentemente, el rey de los lobos, se acercó a la ardilla y le respondió. “Querida Ardi-alegre, admiramos tu esfuerzo por adaptarte a nosotros, a nuestro ritmo, a nuestras costumbres, incluso a nuestra forma de vivir. Entendemos perfectamente que quieras volver a tu lugar de origen, ya que, en realidad no eres lobo, sino que eres ardilla. Has aprendido a caminar como nosotros, has comido nuestros alimentos, has aullado como nosotros de una forma magistral. No obstante, has perdido tu simpatía, tu alegría, tu habilidad para saltar y trepar por los árboles, todo lo que hacía brillar tus ojos. Hemos visto que has perdido tu chispa, la chispa que te hace diferente y única.
Es el momento de volver a tu lugar, pues queremos verte feliz y que la chispa de tu corazón vuelva a nacer. Ese es tu camino y has venido para compartir tu luz de esa forma. Nosotros te llevaremos en nuestro corazón y ¡te echaremos de menos! Sin embargo, entendemos que debes volver a tu lugar de origen porque mereces ser feliz”.
“Pero, no puedo abandonaros, os debo lealtad por todo lo que hicisteis por mí”. Dijo «Ardi-alegre».
“Tú también compartiste mucho con nosotros. Nos enseñaste como es una ardilla, su alegría, su inteligencia, su rapidez de movimiento…. Pero nosotros no podíamos hacer algunas cosas por cuidar de ti. Ahora, te llevaremos en el corazón, igualmente, pero tendremos libertad para correr hacia lugares rocosos y fríos, pues de otra manera, no podríamos hacerlo. Nos vas a regalar lo más preciado: la libertad”. Dijo el rey de los lobos.
“Puedes venir a visitarnos tantas veces como desees, pero queremos verte feliz. Eso nos llenará mucho nuestro corazón” Dijo el lobo.
Y la ardilla sintiéndose libre, recogió sus pequeñas pertenencias y se marchó hacia el bosque. Allí buscó a aquella ardilla ”hada” que tan sabios mensajes le regaló días antes. En esa búsqueda, encontró a otra ardilla, “Hola, ¿eres nueva por aquí?” le dijo.
“No, bueno… sí. En realidad, estaba con una manada de lobos, pero he decidido volver a este sitio, a mi lugar….” Dijo «Ardi-alegre». “Estoy buscando a una ardilla que conocí hace algunos días para darle las gracias. Me abrió los ojos y gracias a ella he vuelto a mi esencia, a mis orígenes. Traté de ser quien no era por amor y afecto, pero me di cuenta que no podemos tratar de ser quienes no somos. Me di cuenta de que venimos a este mundo con las habilidades y las características perfectas para ocupar nuestro sitio, nuestro lugar y nuestro espacio. Venimos a este mundo con un propósito de vida y para ello, Dios pone a nuestra disposición a las personas, las herramientas y los aprendizajes perfectos para llevar a cabo nuestra misión”. Si todos nos aceptamos tal y como somos y no tratamos de ser otros por amor o afecto, viviremos de forma auténtica y nuestro amor hacia los demás será auténtico y verdadero. Ese es el amor de verdad”
La ardilla emocionada y con lágrimas en los ojos le dijo: “Bienvenida al bosque, te indicaré cuál es tu lugar.”
Desde entonces, la ardilla no olvida a sus compañeros de viaje: la manada de lobos, y cada día, les envía su amor y gratitud desde su corazón. Ellos, lo sienten cada vez que corren hacia las montañas con esa fuerza y valentía que les acompaña en sus carreras.
FIN.
Ana María Jiménez Molina